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La Química del Amor

Primero nos invade una sensación de ansiedad, sentimos un fuerte calor en el pecho, y las manos incluso hasta nos sudan un poco. Cupido ha hecho su aparición. En el primer encuentro, los labios se resecan levemente antes del primer beso, las palabras tiemblan, las rodillas apenas nos sostienen. Nos olvidamos del mundo que nos rodea, invadidos, la mayor parte del tiempo, por esa inquietud propia de los amantes.

El amor es una experiencia agotadora. Nos sumergimos eufóricamente en esa deliciosa tortura y no comemos ni dormimos bien. Con frecuencia nos es difícil mantener la concentración. De hecho, muchos psiquiatras expertos en la materia piensan que las personas "enfermas de amor" están realmente enfermas, o lo que es lo mismo, sufren de un trastorno obsesivo compulsivo. Indiscutiblemente, pasión y psicosis obsesivo compulsiva comparten diversos aspectos comunes. Y esto no es meramente una teoría sin fundamentos, ya que ambos estados están asociados a bajos niveles cerebrales de serotonina, una sustancia química fabricada por el cuerpo que nos ayuda a lidiar con situaciones estresantes.

¿Existe un límite de tiempo para que los hombres y mujeres sientan esa necesidad imperiosa de dejarse llevar por la pasión?. Según un estudio realizado por la Universidad de Cornell en Nueva York, la respuesta es afirmativa. Los resultados del análisis muestran como los seres humanos nos encontramos biológicamente programados para sentirnos apasionados entre 18 y 30 meses. Tras efectuar unas 5.000 entrevistas de 37 culturas diferentes, los expertos de este centro descubrieron que el amor posee un "tiempo de vida" lo suficientemente largo para que la pareja se conozca, copule y tenga un niño.

Los investigadores identificaron algunas de las sustancias responsables del amor: la dopamina, la feniletilamina y la ocitocina. Todos estos productos químicos son relativamente comunes en el cuerpo humano, pero solamente son encontrados juntos en las etapas iniciales de la conquista. Además, con el tiempo, el organismo se va haciendo resistente a sus efectos, lo que hace que la loca fase de la atracción no dura para siempre. La pareja se encuentra ante una dicotomía: separarse o habituarse a manifestaciones más tibias de amor. Curiosamente, son los hombres los que parecen ser más susceptibles a la acción de las sustancias responsables por las manifestaciones asociadas al amor. Ellos se enamoran más rápida y fácilmente que las mujeres.

Diversos estudios han concluido que se puede incluso hacer un cuadro con las diversas manifestaciones y etapas del amor y sus relaciones con diferentes sustancias químicas en el cuerpo. De esta manera, la lujuria y el deseo ardiente de sexo están unidas a la testosterona; la atracción y el amor en la etapa de euforia, así como el sentirse involucrado emocionalmente con altos niveles de dopamina y norepinefrina y bajos niveles de serotonina; y el vínculo y la atracción que evolucionan hacia una relación calmada, duradera y segura con la ocitocina y la vasopresina.

¿La pasión es una reacción química? Los científicos conocen la feniletilamina, uno de los neurotransmisores más simples, hace cerca de cien años, pero sólo recientemente comenzaron a asociarla con el sentimiento de amor. Es una molécula natural, semejante a la anfetamina, y se supone que su producción en el cerebro pueda desencadenarse por eventos tan simples como un intercambio de miradas o un apretón de manos.

La relación entre la feniletilamina y el amor se inició con la teoría propuesta por los médicos Donald F. Klein y Michael Lebowitz, del Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York. Ellos sugirieron que el cerebro de una persona enamorada contenía grandes cantidades de feniletilamina y que esa sustancia podría ser la responsable, en gran medida, de las sensaciones y modificaciones fisiológicas que experimentamos cuando estamos enamorados.

Algunos investigadores afirman que liberamos continuamente, por los miles de millones de poros de la piel, e incluso por el aliento, productos químicos volátiles llamados ferhormonas. Actualmente existen evidencias intrigantes y controversiales de que los seres humanos se pueden comunicar con señales bioquímicas inconscientes. Las ferhormonas pueden enviar señales de interés sexual, o situaciones de peligro. De hecho, para los defensores de la teoría de las ferhormonas el "amor a primera vista" es la mayor prueba de la existencia de estas sustancias controvertidas. Las ferhormonas, afirman, producen reacciones químicas placenteras. A medida que nos vamos haciendo adictos, cuanto más prolongada es su ausencia, más nos sentimos "enamorados", luego la ansiedad de la pasión sería simplemente el síntoma más claro del síndrome de abstinencia de ferhormonas.

El amor y los cambios en el cerebro Uno de los últimos experimentos, concretamente el realizado por el neurólogo inglés Andreas Bartels, miembro del University College de Londres, ha demostrado que el amor afecta también al cerebro. El equipo de expertos liderado por Bartels empleó la resonancia magnética para medir la actividad cerebral de 17 estudiantes (hombres y mujeres) que aseguraban estar completamente enamorados. Los médicos comprobaron la certeza de esta condición a través de cuestionarios y pruebas psicotécnicas.

El grupo de jóvenes fue sometido al escáner mientras cada uno de ellos contemplaba una fotografía del "amor de su vida" al tiempo que hablaban de los aspectos más emotivos de la relación que les unía. Luego, con el propósito de comparar las diferentes reacciones, se les practicó el mismo experimento pero con fotografías de amigos y de personas que no conocían en absoluto. La resonancia magnética desveló que entre 6 y 20 partes diferentes del cerebro se mostraron activas durante el proceso, además de que el flujo sanguíneo era mayor.

Todas estas zonas están ubicadas en la sustancia gris, que es la parte del encéfalo compuesto principalmente por los cuerpos celulares de las neuronas. Además, están muy próximas a las zonas relacionadas con la atracción sexual. Las imágenes cerebrales también demostraron que durante el experimento con la fotografía del ser amado disminuía notablemente la actividad de otras partes del cerebro relacionadas con la depresión y el desánimo. Hasta este momento, el amor era un sentimiento que no había sido evaluado científicamente con medios técnicos tan sofisticados.

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